
Santo Tomas, Descartes y Immanuel Kant
Uno de los problemas fundamentales de la filosofía cristiana antigua y medieval es el de las relaciones entre fe y razón, puesto que el cristianismo, como la mayoría de las religiones, se basa en la aceptación por parte del creyente de unas verdades reveladas por Dios a los hombres con el fin de alcanzar la salvación. Por otro lado, la teología cristiana se desarrolló desde un principio bajo la influencia de la filosofía griega a través de las polémicas entre filósofos paganos y cristianos. Los filósofos cristianos adaptaron a sus necesidades teológicas muchas de las doctrinas fundamentales del estoicismo y del neoplatonismo. La filosofía de Platón se fundirá en la filosofía cristiana a través de filósofos neoplatónicos como Plotino (203-269), cuyas doctrinas influyeron en pensadores cristianos como San Agustín (354-430), el representante máximo de la Patrística, nombre con el que se designa al período inicial de la filosofía cristiana hasta la caída del Imperio Romano.
La filosofía cristiana medieval recibirá el nombre de Escolástica, debido a que estuvo desde su origen ligada a la enseñanza en las escuelas monacales o catedrales y posteriormente en las universidades. La filosofía de Santo Tomás de Aquino representa la culminación de la Escolástica medieval y la respuesta más elaborada al problema fundamental de las relaciones entre la razón y la fe. Para Tomás de Aquino la filosofía y el resto de las ciencias descansan solamente en la luz natural de la razón. El filósofo utiliza principios que son conocidos por la razón humana y saca conclusiones que son fruto del razonamiento. El teólogo, por el contrario, aunque utiliza su razón, acepta sus principios de la autoridad, de la fe en la Revelación.
Algunas verdades son propias de la teología, puesto que no pueden ser conocidas por la razón (es decir, no pueden ser demostradas racionalmente) y son conocidas sólo por la Revelación (los artículos de fe, como el dogma de la Trinidad, por ejemplo), mientras que otras verdades son propias sólo de la filosofía o de la ciencia, en el sentido de que no han sido reveladas (las verdades de razón, como los teoremas de la geometría, por ejemplo). Pero hay algunas verdades que son comunes a la teología y a la filosofía, puesto que han sido reveladas, aunque al mismo tiempo pueden ser establecidas por la razón. A estas verdades comunes las denomina Santo Tomás preámbulos de la fe.
Así, el filósofo llega en sus argumentos a la idea de Dios como creador, y el teólogo también trata de Dios como creador; pero para el filósofo este conocimiento se alcanza como conclusión de un argumento puramente racional, mientras que el teólogo acepta el hecho de que Dios es Creador porque está contenido en la Revelación, de modo que constituye para él una premisa más bien que una conclusión. Hay que diferenciar entre la teología dogmática, que se ocupa de la doctrina sagrada revelada por Dios, y la teología natural, que es una parte de la metafísica o filosofía, cuyo ámbito propio son esas verdades comunes tanto a la fe como a la razón, considerándolas desde el punto de vista de la razón y no en cuanto datos de la revelación.
Cabe preguntarse por qué esos conocimientos que son accesibles para la razón han sido también objeto de revelación. Santo Tomás responde que, puesto que Dios es el fin del hombre, es moralmente necesario que el conocimiento de verdades tan importantes para la vida no se deje simplemente en manos de quienes tengan la capacidad, el tesón y el tiempo libre para descubrirlas. Tales verdades no son artículos de fe, sino preámbulos a los artículos. Pueden ser descubiertas por la razón, pero nada impide que sean objeto de fe para un hombre que no pueda entender o que no tenga tiempo de considerar la demostración filosófica.
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Con René Descartes se inicia el periodo de la ontologia moderna y se inaugura la subjetividad, que planteaba la necesidad de postular un principio de verdad para postular una verdad. "El yo pienso", se convierte en el primer principio indudable de la nueva filosofía. La metafísica dará en teórica crítica del conocimiento, y la ontología no tratará el ser, sino de la idea del ser.
El racionalismo será la primera corriente filosófica que se desarrollara en este siglo, y a su vez esta desencadenara otras corrientes que serán muy importantes en el pensamiento moderno y que culminaran con el pensamiento de Immanuel Kant, Federico Hegel y Augusto Comte. Este trata acerca del conocimiento a priori, principios derivados del conocimiento de la razón. Se subdividirá en el monismo y en el dualismo. El monismo será una corriente que creía que solo existía una sustancia básica, el "monismo idealista" sostenido por el irlandés George Berkeley decía que la sustancia es mental; el "monismo materialista" aseguraba que solo es física, y era seguido por el inglés Tomas Hobbes, y el "monismo neutro" afirmaba que la materia no es ni solo mental ni solo física, y era seguido por el holandés Baruch Spinoza. Este último filósofo expuso una visión panteísta de la realidad en la que el universo es similar a Dios y cada cosa lo contiene a Él.
Ontologia de Descartes
Manuel Kant
En muchas ocasiones decimos que sabemos una cosa cuando, en realidad, lo que estamos haciendo es aceptar la opinión de alguien o una explicación muy extendida sobre un tema. Para la filosofía nunca fue suficiente simplemente aceptar que algo es verdadero: es necesaria una buena razón que permita creerlo, la cual ha de ser respaldada por argumentos convincentes.
Existe una rama de la filosofía que se encarga de examinar las cuestiones relativas al conocimiento: qué es eso de «saber» algo, de qué herramientas disponemos para adquirir conocimiento de las cosas, qué grado de fiabilidad nos proporciona cada una de esas herramientas, qué tipos de conocimiento existen y si hay o no límites para nuestra capacidad de conocer lo que hay. Esta rama se llama epistemología o teoría del conocimiento.
Aunque todos, de un modo intuitivo, creemos entender qué significa «conocer algo», a la hora de la verdad resulta muy difícil explicarlo de un modo riguroso. Podemos intentar una definición sencilla: el conocimiento es una explicación de la realidad que nos permite entenderla mejor: comprender sus causas y poder predecir algunas de sus consecuencias
Prácticamente, todos los autores están de acuerdo en considerar el conocimiento como una forma de relación entre un sujeto y un objeto: conocer es lo que tiene lugar cuando un sujeto aprehende (capta, adquiere) un objeto. El conocimiento parece ser una forma de presencia del objeto (exterior) en el sujeto.
Así, en el conocimiento hay una combinación de planos subjetivo y objetivo. Dependiendo de dicha combinación, podemos distinguir tres grados fundamentales de conocimiento: la opinión, la creencia y el saber en sentido estricto.
- La opinión es una apreciación del sujeto (es decir, subjetiva) de la que no podemos estar seguros y que tampoco podemos probar a los demás. En la opinión, desde el punto de vista objetivo, no encontramos ninguna justificación que podamos comunicar a los demás de modo que tengan que aceptarla. Una justificación es objetivamente válida cuando tiene que aceptarla cualquier ser racional que la examine. Desde el punto de vista subjetivo, no nos atrevemos a afirmar que estamos convencidos de ello, por eso solemos expresar las opiniones diciendo «opino que» y «no estoy convencido de que».
- La creencia se da cuando alguien está convencido de que lo que piensa es verdad, pero no puede aducir una justificación que pueda ser aceptada por todos. La seguridad es sólo subjetiva; lo que creemos no tiene una justificación objetiva suficiente.
- El conocimiento puede definirse aquí como una opinión fundamentada tanto subjetivamente -en este sentido, sería como una creencia- como objetivamente -en este sentido, es más que una creencia-. Es una creencia de la que estamos seguros pero que, además, podemos probar. Poder justificar racionalmente algo (dar razones) es lo característico del conocimiento. Saber algo es poder dar razón de ello ante los demás.